2010: Recomposed Mahler Symphony X - Matthew Herbert

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Recomposed Mahler Symphony X - Matthew Herbert
Matthew Herbert.
RECOMPOSED – MAHLER SYMPHONY X.

8/10
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DiscográficaUniversal MusicDeutsche Grammophon.
Edición: 28 Mayo 2010.
País: Alemania.
TipoDisco De Estudio.
Género: Clásica, Vanguardia.
Estilo: Música Sinfónica, Música De Vanguardia, Electrónica Experimental.
Característica: Experimental, AventuradoInquietanteMuerte.

En 1910, Gustav Mahler inició la composición de la que iba a quedar como su inacabada Décima Sinfonía. Sólo dejó enteramente plasmado sobre una partitura el Adagio inicial, esbozando la línea melódica del resto, pero únicamente incluyendo indicaciones sobre la harmonía e instrumentación en unos pocos pasajes. Deryck Cooke trató de reconstruir el resto de movimientos a partir de esas anotaciones, escribiendo la orquestación, pero sólo hay unanimidad en considerar enteramente mahleriano al Adagio.

Mahler murió el 18 de Mayo de 1911, en la ciudad en la que desarrolló la mayor parte de su actividad, Viena. Meses antes había realizado el viaje de vuelta desde Nueva York, metrópolis a la que se había mudado en 1907, y que había acogido con entusiasmo su talento como compositor y director de orquesta. Cien años después de que Gustav Mahler terminase el Adagio, Deutsche Grammophon editó Recomposed Mahler Symphony X.

La serie Recomposed, cuyo propósito es reinterpretar en clave electrónica piezas de su catálogo, contaba por entonces con entregas de Matthias Arfmann, Jimi Tenor y Carl Craig & Moritz Von Oswald. El siguiente en disfrutar del privilegio y la gran responsabilidad fue Matthew Herbert, uno de los artistas más destacados de la escena electrónica y uno de los mayores paradigmas de la vertiente vanguardista/ experimental. Parecía cuestión de tiempo, por tanto, que Deutsche Grammophon requiriese los servicios del inglés.

Matthew Herbert eligió a Gustav Mahler porque, como cualquier melómano con una mínima cultura, admira al compositor. Ahora bien, es sintomático que quisiera ver su nombre asociado a Mahler, que muy posiblemente sea, junto con Richard Strauss, el compositor de música clásica más respetado del siglo XX. Además, es parte esencial del canon y del prácticamente intocable eje austro-germano. En fin, en términos de legitimación artística, o para captar la atención del amante de la mal llamada música culta, no podía haber elegido mejor.

No obstante, sí es una decisión sorprendente, dado que, a priori, no parece el autor más indicado para realizar un trabajo de ‘recomposición’, pues al ser uno de los más venerados, se convierte también en uno de los más intocables. En cualquier caso, dado que un proyecto como Recomposed Mahler Symphony X lo tenía difícil para convencer a puristas, poco importaba qué obra o músico eligiese. Además, contaba con la ventaja de que Mahler no podía ya dar su opinión, como tampoco podía hacerlo Giuseppe Sinopoli, quien dirigió a la londinense Philharmonia Orchestra en la grabación empleada por Herbert para realizar esta referencia.

Cuando lo lógico era esperar una radical reinterpretación electrónica del original, al estilo de la experimental electrónica escuchada en influyentes álbumes como Around The House (Accidental Records, 1998 ) o Plat du jour (Accidental Records, 2005), el inglés optó por una vía inesperada: ofrecer el punto de partida prácticamente intacto, pero reproducido en lugares de especial importancia para la obra y su compositor.

Con la muerte como tema central, seguramente por ser una pieza inacabada, Matthew Herbert reprodujo la pieza en el interior de un ataúd, sobre la tumba de Mahler, en la cabaña que empleaba para componer, en los altavoces de un crematorio... En fin, os hacéis una idea. Estas reproducciones las grabó para emplearlas posteriormente como samples, pero, esencialmente, lo que escuchamos son esos pasajes sin modificación alguna. El inglés resumió su idea en tan polémica como osada afirmación: “lo que escucháis es a mí escuchando la pieza”.

En ocasiones el lugar en el que reprodujo la grabación original modifica sustancialmente el sonido (ecos, reverberaciones...), y puntualmente se escuchan ruidos captados en el entorno (un tren pasando, el graznido de un ave...), pero esa es una experiencia que no difiere mucho de la que cualquier oyente tendría al reproducir el original de Sinopoli, a menos que lo hiciese en una cámara anecoica, claro está.

La idea, aún teniendo sus evidentes limitaciones, es interesante. Pero, sobre todo, es coherente con su nueva concepción de la grabación de sonidos, la misma que en el 2009 le hizo publicar en su web oficial la siguiente afirmación: “mi trabajo no consiste ya en ‘encontrar’ sonido, sino en la grabación de sonido específico. He dejado de estar interesado por el sonido de cualquier puerta cerrándose, pero sí estoy ahora interesado en escuchar cerrándose la puerta del número 10 de Downing Street”.

Recordemos que se trata del artista que, por ejemplo, sampleó periódicos sobre las mentiras de la guerra de Irak en Goodbye Swingtime (Accidental Records, 2003). Aplicado a Mahler y a su Décima Sinfonía, el inglés quiso reproducir la obra en aquellos lugares que podían aportar un significado extra. Eso sí, podríamos juzgar de superficial o insuficiente la asociación con la muerte.

No obstante, puesto que nadie habría querido escuchar ni mucho menos comprar una referencia idéntica a otra ya existente, sólo que con distinta carátula (aún siendo, como es, muy buena), Herbert introdujo variaciones algo más sensibles. En el primer corte, suena una viola que, según asegura, fue grabada frente a la tumba del compositor. En el segundo percibimos la primera modificación de índole electrónica, y también brevemente en el siguiente.

Ya en el séptimo llegamos a la única reinterpretación radical: una continua progresión sónica que estalla en una delirante distorsión a la que se une un estruendo de beats. Pero son poco más de treinta segundos, pues rápidamente retoma el sonido orquestal. Es corto y se hace especialmente corto por ser el único momento del disco que nos sumerge en territorio electrónico. Además, ese es el tipo de metamorfosis que esperan los seguidores del inglés, de modo que es comprensible que la mayoría se sientan un tanto decepcionados.

Ocupándonos también de cuestiones aparentemente menos importantes, esta referencia presenta un altísimo rango dinámico. La variación entre los pasajes de menor y mayor decibelios es tremenda. Si tienes el volumen bajo, te perderás más de la mitad de la obra y no captarás los más sutiles matices, incluyendo los ruidos de fondo que tan importantes son para su autor. Pero si subes el volumen para oír todo eso, te ensordecerán los fragmentos que ponen a prueba tu equipo de sonido. Forzosamente tienes que elegir entre perderte una parte o maltratar tus oídos. Lo aconsejable es que escuches el disco en un lugar apartado, o cuando estés seguro de que no hay vecinos cercas. Pero nunca lo escuches con los cascos, porque entonces es muy posible que tengas que hacer una visita al otorrino.

Con todo, a pesar de las buenas ideas y de la reordenación de fragmentos del Adagio en una nueva pieza, el resultado se parece mucho al original, y uno tiene la impresión de que la intensidad y belleza de Recomposed Mahler Symphony X se debe casi exclusivamente a Gustav Mahler, Giuseppe Sinopoli y la Philharmonia Orchestra.

Por otra parte, escuchar la composición en los lugares en los que Herbert la reprodujo y regrabó tiene interés en la medida en que uno haya leído atentamente los créditos, pero no por la escucha en sí misma, lo cual es una grave limitación. Además, un álbum posiblemente no sea el formato más indicado: hubiera funcionado mucho mejor como documental. Tengo la impresión de que esta mínima recomposición es el inevitable resultado de la falta de tiempo de un artista, Matthew Herbert, que en el 2010 tenía prevista la publicación de tres álbumes de estudio propios, los correspondientes a la trilogía ‘one’. Comprendo que no quisiese rechazar la oferta de Deutsche Grammophon, pues era una oportunidad excepcional para su carrera, pero es evidente que no vio la manera de dedicarle mucho tiempo. Al final, me quedo con la incógnita de lo que podría haber sido si el inglés hubiera afrontado esta reinterpretación con el mismo planteamiento que en esos treinta segundos del séptimo corte.

A pesar de sus limitaciones y aspectos discutibles, es una de las obras más valientes e insólitas del 2010.

Nota: Matthew Herbert concibió la referencia como una obra de 37 minutos ininterrumpidos, pero Deutsche Grammophon, previendo la comercialización digital, la dividió en siete partes para poder cobrar por cada uno de los fragmentos en lugar de una sola vez por el conjunto. Eso sí, en los créditos advierte de que no se hace responsables de las imprevisibles consecuencias artísticas que puede acarrear no escuchar el álbum completo. Al menos solventa su descaro con humor.

Créditos:
Matthew Herbert: Productor ejecutivo.
Gustav Mahler: Compositor.
Giuseppe Sinopoli: Director De Orquesta.
Philharmonia Orchestra: Orquesta.
Michael Trabesinger: Viola.
Mandy Parnell: Masterizador.
Christian Kellersmann: Concepto.
Will Bankhead: Diseñador.
Lebrecht Music & Arts: Fotógrafo.

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Reseña Panorama
Puntuación
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